Wilson, de la viñeta a la pantalla

Harrelson interpreta a Wilson, un solitario, neurótico, divertido y honesto misántropo de mediana edad que se reconcilia con su mujer (Laura Dern), de la que se separó, y que recibe una nueva oportunidad para ser feliz cuando descubre que tiene una hija adolescente (Isabella Amara), a la que no conocía.  De una manera bastante extravagante y retorcida, se propone conectar con ella.

Wilson nació de una experiencia del propio Clowes compartida con su personaje. “Mi padre estaba hospitalizado, víctima de un cáncer terminal, como le sucede a Wilson al principio de la película”, explica. “Yo estaba sentado junto a su cama con la mirada puesta en el infinito, y sólo quería estar en esa habitación con él. Me traje mi pequeño bloc de dibujo y comencé a garabatear una breves tiras cómicas, ligeras y divertidas, para evitar sentirme abrumado”. Al fin, un personaje comenzó a emerger; al principio, no era más que un muñeco hecho de palillos pero con la descomunal personalidad de un hombre que dice toda la verdad sin ambages, independientemente de que alguien quiera oírla o no. “Yo estaba tronchándome de la risa”, reconoce Clowes. “Wilson tiene algo de memo, pero también es un tipo solitario que intenta trazar su curso por la vida”.

Pero si la adaptación de Ghost World, que en 2001 dirigió Terry Zwigoff protagonizada por las dos entonces mocosas, Thora Birch Scarlett Johansson, resultó ser un valor añadido a la novela gráfica de Clowes, no sucede lo mismo con este Wilson, que ofrece un resultado un tanto deslavazado que no parece aprovechar suficientemente la carga de cinismo que tiene el personaje, ese plasta amargado que no termina de resultar gracioso (ni simpático) en su esfuerzo por trascender, pese a que las situaciones lo permitirían. De modo que el arco de transformación del personaje, interpretado por un Woody Harrelson en su salsa, no queda suficientemente matizado.

Su narración, adaptada por el propio autor de la novela gráfica, parece desarrollarse a trompicones, como en tiras, por no abandonar el lenguaje secuencial, no del todo bien hilvanadas entre sí. Y no en vano, tal y como explica el propio Daniel Clowes, algo de eso hay: “Yo tenía millones de tiras cómicas que eran pequeños fragmentos de la vida y, finalmente, encontré un relato en medio de todo ello. Al llegar al proceso de creación del guión, tenía la sensación de que ya disponía de un gran boceto para la película”. Pero lo que funciona en su novela gráfica, no ofrece el mismo resultado en la pantalla. A pesar de todo ello, Wilson no resulta tediosa (sus 94 minutos ayudan a ello) y contiene algunos buenos momentos que nos retrotraen a lo mejor de Daniel Clowes, con algún personaje que parece salido casi directamente de sus viñetas.

 

Marie Curie, la mujer atemporal

Aunque pueda parecer que no, siempre cabe la posibilidad de innovar partiendo de materiales ya conocidos. Si nos preguntan a bote pronto quién fue Madame Curie responderemos que una heroína de la ciencia, la asociaremos a algo relacionado con la radioactividad y a las investigaciones de su esposo. Los amantes del cine además nos recordarán que Melvin LeRoy en 1943 rodó su biografía con Greer Garson y Walter Pidgeon, y recordaremos que, aunque ella era la protagonista, en ningún momento se la deslindaba de su esposo. El de LeRoy es un biopic clásico, uno de aquellos que nos relatan las gestas del personaje con tintes hagiográficos, nada de vacilaciones ni claroscuros. De ahí que cuando la cinta de Marie Noelle abre el relato superponiendo los créditos iniciales a una mujer nadando sola en el mar, sintamos ya que nos vamos a situar ante algo distinto.

La Marie Curie de Noelle es una científica puntera que inicia sus investigaciones junto a su esposo, eso ya lo conocíamos, la novedad es que el punto de vista narrativo, sin descuidar su trabajo, se va a desplazar hacia la intimidad del matrimonio y cuando decimos intimidad no nos referimos sólo a su vida de familia sino, sobre todo, a su vida de pareja. Noelle nos trae a la científica, sí, pero sobre todo nos trae a la mujer y eso supone toda una novedad en el punto de enfoque. Es la mujer y no sólo la científica la que se ha de hacer valer en un mundo de hombres que, aunque científico y culto, la relega a un segundo plano. La de Noelle es una película reivindicativa que en ningún momento recurre a la soflama, Marie Curie es retratada como una mujer de carácter, casi una heroína de acción, que rompe esquemas cinematográficos como en su día hiciera la teniente Ripley para la ciencia ficción. Por retratar a la Marie mujer, la cinta va a recrearse en la aventura de la científica con Paul Langevin, un hombre casado (y con una amiga de ella, además). Este episodio, escatimado en el clásico de LeRoy, le sirve a la cineasta para hablarnos del descubrimiento de la sensualidad propia, un descubrimiento liberador de la moral del momento, elegantemente contado por Noelle en las dos escenas en la que la vemos tomar un baño, en la primera la Marie mujer se baña sin quitarse su recatada ropa interior, en la segunda se dará ese placer tomándolo totalmente desnuda.

Marie Curie nos llega en este biopic como mujer, ya no solo avanzada a su tiempo, sino prácticamente atemporal: es la mujer con sus posibilidades de superación, consciente de sus deseos y capaz de empoderarse en el seno de una sociedad que no termina de acabar de ser patriarcal. Para ello, para presentarnos a la heroína como símbolo de la feminidad liberada, entonces y ahora, Noelle adopta modos narrativos de absoluta modernidad, una cámara que se pródiga en planos cortos y en movimientos ágiles (que llegan a darle un cierto tono onírico), con un montaje veloz que no olvida recrearse en los detalles cuando así conviene, una puesta en escena que casi convierte a la cinta en una película de acción. Modos rabiosamente modernos para contarnos una historia de época, toda una declaración de intenciones que las imágenes que acompañan a los créditos finales subrayan (sin resultar superfluas): vemos a Marie Curie con sus atuendos decimonónicos pasear absorta por las calles del París de hoy en día, ella es un icono, un modelo en el que espejearse. Marie Curie somos todas.

Película de mujeres, dirigida por una mujer, que no está llamada a quedarse en el gineceo, su factura y su nervio la convierten en un auténtico caramelo para cualquier amante del séptimo arte.

 

 

Un fin de semana de despedidas, No sé decir adiós y Goodbye Berlin

Carla (Nathalie Poza) recibe una llamada de su hermana: su padre (Juan Diego), con el que hace tiempo que no se habla, está enfermo. Ese mismo día, Carla coge un vuelo a Almería, a la casa de su infancia. Allí, los médicos le dan a su padre pocos meses de vida. Ella se niega a aceptarlo y contra la opinión de todos, decide llevárselo a Barcelona para tratarle.

De las películas que hemos tenido ocasión de ver provenientes del Festival de Málaga,  sin lugar a dudas No sé decir adiós ha resultado, hasta ahora, la mejor. Principalmente porque tiene la deferencia de no tratar al espectador como si fuera corto de mente. Lino Escalera, que debuta en la dirección de largometrajes con esta cinta, trata a sus personajes con dureza, pero ni los juzga ni los redime: los muestra. Y lo que nos cuenta lo hace de la forma más efectiva y eficaz. Con economía de movimientos de cámara y un apoyo importante, fundamental, en los diálogos de sus personajes, encarnados por tres actores que realizan una labor encomiable, algo declamatoria, teatral, sí, pero de lujo. Juan Diego hace ese papel que tan bien realiza. Fallecido Pepe Sancho, Juan Diego es el actor que mejor dice tacos.  Nathalie Poza (¿Donde ha estado hasta ahora Nathalie Poza?) realiza una magnífica creación con Carla. Creíble, patética, triste, inmadura. Una mujer que ha luchado, que ha pasado por experiencias que no se cuentan, ni falta que hace, vivencias que la han vaciado de sentimientos y le han despojado de la confianza en los demás. Escarmentada de la vida, se negará a aceptar lo inevitable, lo inminente y mientras, maquillará sus días con cocaína y Gintónics. Blanca, la otra hermana (interpretada por la magnífica Lola Dueñas) se ha quedado en el pueblo, ha heredado la auto-escuela del padre, vive con un tipo que no la llena y su hija y siente que ha perdido algo por el camino. También está vacía. Como su hermana, que fue a Barcelona a buscarse y todavía no se ha encontrado. Todos están heridos, en el cuerpo y en el alma, y la cinta de Lino Escalera es una reflexión sobre las oportunidades perdidas, sobre el fin de la vida, que puede terminar incluso antes del fallecimiento físico, cuando se dejan de lado los sueños y las aspiraciones y se toma la vida como una obligación, dejando morir el alma día tras día. Es también una historia de seres normales, derrotados, sin redención, sin héroes ni villanos. Ni más ni menos que vidas. Y muertes.

Festival de Málaga 2017: Cuatro Biznagas de Plata en el Festival de Málaga (Premio Especial del Jurado, Premio al Mejor Guion, Premio a la Mejor Actriz- Nathalie Poza- y el  Premio al Mejor Actor de Reparto -Juan Diego) y la Mención Especial del Jurado de la Crítica al trabajo actoral

GOODBYE BERLÍN (Tschick, Fatih Akin, 2016)

Maik (Tristan Göbel), un muchacho de 14 años marginado por su clase, crece en el seno de una familia rica y disfuncional en Berlín. Durante las vacaciones veraniegas, su alcohólica madre ingresa de nuevo en rehabilitación mientras su padre se ausenta con su joven ayudante por un presunto viaje de negocios. Maik está solo en casa, en su piscina, hasta que un nuevo compañero de clase llamado Tschick, joven inmigrante ruso, aparece con un coche robado. Juntos se lanzan a la carretera sin plan aparente.

Una nueva aproximación a un periodo tan complicado como es la adolescencia, aunque en este caso está protagonizado por adolescentes auténticos (quizás debería decir reales) y realizado de manera muy inteligente y amena. Goodbye Berlín narra el relato iniciático de Maik (Tristan Göbel), un muchacho para el que un verano resultará ser el punto de inflexión que cambiará su modo de ver la vida. En el que una pequeña escapada a ninguna parte terminará siendo toda una lección de vida que irá mucho más allá de la gamberrada. Variará su escala de valores, conocerá la auténtica amistad y dejará atrás al niño. Y todo ello muy bien llevado por su director, que logrará un magnífico equilibrio en la narración, ofreciendo humor y demostrando cariño hacia sus personajes: “Leí la novela y me quedé enganchado” explica Akin (director de Contra la Pared, Al Otro Lado y Soul Kitchen entre otras) quien persiguió los derechos de la adaptación nada más leer la novela, cinco años antes de iniciar el rodaje.

De nuevo se tratará de un relato que, como el anterior que hemos comentado, respetará al público ofreciéndole una buena historia, con sus pequeñas tragedias y grandes descubrimientos. Tras ese viaje, ese verano, Maik dejará de pensar que es “un aburrido y un puto feo“, invisible para su soñada (y tan guapa como superficial) compañera de clase Tatiana (Aniya Wendel), que sin nunca saberlo habrá sido el detonante responsable de toda la huida, pues tanto Maik como Tschick (el raro de la clase, con una tragedia detrás que afortunadamente se nos evita) no son invitados a acudir a la fiesta de cumpleaños que la muchacha ofrece a (casi) todos sus compañeros. Y es que ellos no parecen importar a nadie (ni a sus padres ni a sus compañeros de clase), y ese verano tan solo se tienen el uno al otro y un coche (sinónimo de libertad) con el que saltarán a plantar cara a la vida.

El Principito, poniendo al día un clásico

De la unión de Mark Osborne (director en 2008 de Kung Fu Panda)  e Irena Brignull  (guionista de Los Boxtrolls) sólo podía salir una muy buena cinta de animación (acompañada además con las siempre inspiradas notas de Hans Zimmer). Y eso es lo que es El Principito, libre adaptación de la novela homónima de Saint-Exupéry, una gran cinta animada, repleta de aciertos técnicos e interesantes soluciones narrativas.

La novelita de Saint-Exupéry disfruta de la condición de ser el texto de ficción francés más veces leído y traducido (cuenta con traducciones a más de doscientos cincuenta idiomas y dialectos, incluyendo al sistema de lectura braille) y una de las obras más vendidas de todos los tiempos. La razón cabe buscarla, probablemente, en la conversión de su personaje en todo un ícono pop del niño como metáfora del poder de la emoción y la imaginación frente al exceso de pragmatismo del mundo adulto. Ilustrado por el propio autor, esta breve novela, que busca el agrado del público infantil, funciona también como una reflexión sobre el sentido de la vida, la soledad, la amistad, el amor y la pérdida. La adaptación de Osborne y Brignull ha sabido conservar este doble carácter de la obra original.

Un gran acierto de la versión es haber convertido a El principito en una ficción dentro de la ficción. Brignull ha tejido toda una historia, adornada ella misma por los mismos valores que la adaptada, que sirve de coartada para introducir el texto de Saint-Exupéry; una artimaña que nos la hace poner en relación con La historia interminable de Ende. Al servicio de esa interesante estratagema narrativa, Osborne alumbra una brillante solución técnica: la combinación de la moderna animación 3D para la trama conductora  y la artesanal stop-motion para los episodios del clásico. El resultado de esta combinación nos da un filme innovador en lo formal y poderoso en su imaginería, sin dejar de ser respetuoso con el mensaje original.

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De la obra de Saint-Exupéry se destacan los episodios claves casándolos con la propia peripecia de la lectora protagonista. La niña vive en un mundo planificado en el que lo que importa es ajustarse a los objetivos más cabales para triunfar en sociedad, la grisalla de esa vida es plasmada por la paleta de tonos fríos del dibujo y la repetición de estructuras cuadriculadas que toman toda la pantalla como, por ejemplo, el plano de la circulación viaria de la ciudad que recuerda las obras de Mondrian pero sin su explosión de color. El color aparece cuando la chiquilla entra en contacto con su excéntrico vecino, un anciano aviador que conoció en su juventud al pequeño príncipe y cuya aventura él mismo escribió e ilustró. La lectura del relato del aviador distraerá a la niña (sin nombre en el filme) del meticuloso plan de estudio (y de vida) que la madre ha diseñado para ella, descubrirá así la importancia de la imaginación que la sociedad mecanizada ha marginado y acabará comprendiendo que las grandes preguntas sólo pueden ser contestadas atendiendo al lenguaje del corazón. Esa es la enseñanza del libro: solo se ve bien con el corazón, lo esencial es invisible a los ojos; y la adaptación de Osborne la capta perfectamente.

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Si hubiera que buscarle algún pero a esta cinta animada, sería la excesiva dilación del final (cuando la propia niña entra en la peripecia del Principito). Sin embargo, se ajusta perfectamente a su objetivo: recordarnos que nunca debemos abandonar totalmente la inocencia infantil ni dejar de lado la imaginación y el lenguaje de las emociones. En suma, estamos ante un bello envoltorio innovador en lo formal que arropa una enseñanza universal y atemporal.